ONCE Y TRECE II
La casa de una moza visitaba
un jerónimo grave, con frecuencia,
y en ella mucha veces exaltaba
de su orden poderosa la excelencia.
Entre las propiedades que elogiaba
con más grave fervor Su Reverencia
era la de las fuerzas genitales,
en que son los jerónimos brutales.
-Ya sé -dijo la moza-, que infinitas
son las fuerzas de tropa tan valiente,
pues de los monacales las visitas
sacian a la devota más ardiente;
si hacen once los padres carmelitas,
los jerónimos trece comúnmente;
pero trece, por más que se pondera,
es docena de frailes cualesquiera.
-Ese refrán no prueba lo bastante
-el jerónimo dijo, algo picado-;
mas un convenio hagamos al instante
que mi instituto deje acreditado,
y es: que, después que juguetón y amante
la docena del fraile te haya echado,
por cada vez de más que te lo haga
una onza de oro me darás en paga.
-Está muy bien; acepto ese partido,
la moza replicó; mas convendremos
en que si de las trece que ha ofrecido
falta alguna, la falta ajustaremos
a onza de oro, cual yo he prometido.
-Sea en buen hora y juntos dormiremos
-respondió el reverendo complacido-,
pues si esta noche en mi convento falto
es para conseguirle honor más alto.
Hecho el trato, a las doce se acostaron;
matan la luz, empiezan las quimeras,
y ocho postas seguidas galoparon
sin dar paz a riñones ni a caderas;
mas luego que la nona comenzaron
paró la moza sus asentaderas,
porque la pobre ya más no podía.
¡Tan duro y firme el fraile lo tenía!
En fin, al ser de día, el religioso
corrió la posta trece por entero
y de la moza el chisme cosquilloso
puso como de patos bebedero.
Ella, viendo el estado vigoroso
del fraile, y en peligro su dinero,
pretextando un aprieto no decente,
salióse de la alcoba prontamente.
Buscó y llamó en silencio a su criada;
contóle del concierto el mal estado
y que ella no se hallaba para nada
porque el fraile la había derrengado,
mas que, por no quedar avergonzada,
el recurso que había imaginado
era que sin chistar corriendo fuera
y en la cama con él se zambullera.
Una yesca encendía el fraile en tanto,
y el pedernal con lumbre brilladora
a la criada al entrar dio tal espanto
que, volviéndose, dijo a su señora:
-¡Ay, que es su aquél como un brazo de santo!
¡Lo he visto y no me atrevo a entrar ahora,
pues a lo tieso al fraile se le junta
que le está echando fuego por la punta!
un jerónimo grave, con frecuencia,
y en ella mucha veces exaltaba
de su orden poderosa la excelencia.
Entre las propiedades que elogiaba
con más grave fervor Su Reverencia
era la de las fuerzas genitales,
en que son los jerónimos brutales.
-Ya sé -dijo la moza-, que infinitas
son las fuerzas de tropa tan valiente,
pues de los monacales las visitas
sacian a la devota más ardiente;
si hacen once los padres carmelitas,
los jerónimos trece comúnmente;
pero trece, por más que se pondera,
es docena de frailes cualesquiera.
-Ese refrán no prueba lo bastante
-el jerónimo dijo, algo picado-;
mas un convenio hagamos al instante
que mi instituto deje acreditado,
y es: que, después que juguetón y amante
la docena del fraile te haya echado,
por cada vez de más que te lo haga
una onza de oro me darás en paga.
-Está muy bien; acepto ese partido,
la moza replicó; mas convendremos
en que si de las trece que ha ofrecido
falta alguna, la falta ajustaremos
a onza de oro, cual yo he prometido.
-Sea en buen hora y juntos dormiremos
-respondió el reverendo complacido-,
pues si esta noche en mi convento falto
es para conseguirle honor más alto.
Hecho el trato, a las doce se acostaron;
y ocho postas seguidas galoparon
sin dar paz a riñones ni a caderas;
mas luego que la nona comenzaron
paró la moza sus asentaderas,
porque la pobre ya más no podía.
¡Tan duro y firme el fraile lo tenía!
En fin, al ser de día, el religioso
corrió la posta trece por entero
y de la moza el chisme cosquilloso
puso como de patos bebedero.
Ella, viendo el estado vigoroso
del fraile, y en peligro su dinero,
pretextando un aprieto no decente,
salióse de la alcoba prontamente.
Buscó y llamó en silencio a su criada;
contóle del concierto el mal estado
y que ella no se hallaba para nada
porque el fraile la había derrengado,
mas que, por no quedar avergonzada,
el recurso que había imaginado
era que sin chistar corriendo fuera
y en la cama con él se zambullera.
Una yesca encendía el fraile en tanto,
y el pedernal con lumbre brilladora
a la criada al entrar dio tal espanto
que, volviéndose, dijo a su señora:
-¡Ay, que es su aquél como un brazo de santo!
¡Lo he visto y no me atrevo a entrar ahora,
pues a lo tieso al fraile se le junta
que le está echando fuego por la punta!
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