LA ORACIÓN DE SAN GREGORIO
Un cura y su criada en una aldea
la noche de difuntos
se calentaban juntos
al fuego de una grande chimenea.
La doncella era joven y graciosa
tanto como inocente,
y el cura un hombre ardiente,
de barriga y gordura prodigiosa,
porque siempre estos bienaventurados
son de salud por el Señor colmados.
Al ir al dormitorio
la mujer dijo al cura, compungida:
-¡Ay, señor! Estarán en la otra vida
almas del Purgatorio
esta noche esperando
los sufragios que allí vayan llegando
de unas y otras gentes,
para subir al Cielo,
y, aunque he rezado yo por mis parientes,
no sé si este consuelo
lograrán por mis cortas oraciones,
porque esto también anda en opiniones.
-Cierto -le dijo el cura, suspirando,
desnudo ya, subiéndose a la cama
y sus formas rollizas enseñando-;
cierto que no hay sufragios suficientes
para sacar las ánimas benditas
de la llama cruel del Purgatorio,
si no es cierta oración de San Gregorio
que consigue indulgencias infinitas.
Cada vez que se reza por un alma,
sube al instante al Cielo con su palma;
mas no puede rezarse
sino entre dos al tiempo de acostarse.
-¡Oh! Si en esto consiste,
-respondió la doncella-,
señor cura, por Dios que la recemos
entre los dos, y luego dormiremos;
iránse por mis padres aplicando
al tiempo de ir rezando.
-Bien: aunque tengo sueño, dijo el cura,
lo haré porque te estimo:
acuéstate a mi lado
y no tengas cuidado
si en medio del fervor a ti me arrimo,
porque estas oraciones
tienen su ahogo y sus espiraciones.
Con arreglo a tales circunstancias,
rezaron juntos la oración primera,
que se aplicó a la madre
de la pobre soltera,
y ella exclamó: -Prontito por mi padre
recemos, señor cura, que no dudo,
por el placer que el rezo me ocasiona,
que mi madre en el Cielo se corona.
Como mejor se pudo,
y a fe que bien lo hicieron
después rezando fueron
por los tíos, hermanos
y parientes lejanos
de que se fue acordando la mozuela,
y en fin sólo un abuelo
faltaba de tan larga parentela
que conducir al Cielo.
El cura ya cansado
porque había salvado
con su santa faena
diez ánimas en pena,
por más que se afanaba
se encendía y sudaba
y mil esfuerzos con vigor hacía,
arrancar aquel muerto no podía;
y la moza, notando
esta falta, le dijo: -¿Qué? ¿Mi abuelo
no ha de subir al cielo?
A que respondió el cura desmontando:
-No, porque él no rezaba a San Gregorio.
Déjalo que se esté en el Purgatorio.
la noche de difuntos
se calentaban juntos
al fuego de una grande chimenea.
La doncella era joven y graciosa
tanto como inocente,
y el cura un hombre ardiente,
de barriga y gordura prodigiosa,
porque siempre estos bienaventurados
son de salud por el Señor colmados.
Al ir al dormitorio
la mujer dijo al cura, compungida:
-¡Ay, señor! Estarán en la otra vida
almas del Purgatorio
esta noche esperando
los sufragios que allí vayan llegando
de unas y otras gentes,
para subir al Cielo,
y, aunque he rezado yo por mis parientes,
no sé si este consuelo
lograrán por mis cortas oraciones,
porque esto también anda en opiniones.
-Cierto -le dijo el cura, suspirando,
desnudo ya, subiéndose a la cama
y sus formas rollizas enseñando-;
cierto que no hay sufragios suficientes
para sacar las ánimas benditas
de la llama cruel del Purgatorio,
si no es cierta oración de San Gregorio
que consigue indulgencias infinitas.
Cada vez que se reza por un alma,
sube al instante al Cielo con su palma;
mas no puede rezarse
sino entre dos al tiempo de acostarse.
-¡Oh! Si en esto consiste,
-respondió la doncella-,
señor cura, por Dios que la recemos
entre los dos, y luego dormiremos;
iránse por mis padres aplicando
al tiempo de ir rezando.
-Bien: aunque tengo sueño, dijo el cura,
lo haré porque te estimo:
acuéstate a mi lado
y no tengas cuidado
si en medio del fervor a ti me arrimo,
porque estas oraciones
tienen su ahogo y sus espiraciones.
Con arreglo a tales circunstancias,
rezaron juntos la oración primera,
que se aplicó a la madre
de la pobre soltera,
y ella exclamó: -Prontito por mi padre
recemos, señor cura, que no dudo,
por el placer que el rezo me ocasiona,
que mi madre en el Cielo se corona.
Como mejor se pudo,
y a fe que bien lo hicieron
después rezando fueron
por los tíos, hermanos
y parientes lejanos
de que se fue acordando la mozuela,
y en fin sólo un abuelo
faltaba de tan larga parentela
que conducir al Cielo.
El cura ya cansado
porque había salvado
con su santa faena
diez ánimas en pena,
por más que se afanaba
se encendía y sudaba
y mil esfuerzos con vigor hacía,
arrancar aquel muerto no podía;
y la moza, notando
esta falta, le dijo: -¿Qué? ¿Mi abuelo
no ha de subir al cielo?
A que respondió el cura desmontando:
-No, porque él no rezaba a San Gregorio.
Déjalo que se esté en el Purgatorio.
LA ORACIÓN DE SAN GREGORIO
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